Después de nueve corridas en las que la borrega ha sido la protagonista los aficionados esperaban la corrida de Adolfo Martín como agua de mayo. La gente estaba cansada de la borreguez y quería droga dura, o sea, el toro encastado y agresivo, el que vende cara su vida. De momento los adolfos no decepcionaron en cuanto a su presentación y seriedad. Una corrida con trapío y los kilos justos. Lo que demuestra otra vez que una corrida puede estar muy bien presentada sin necesidad de pesar muchas arrobas. Pero ay amigo, otra cosa fue el juego que se esperaba de la corrida.
De entrada salió un inválido que echó por tierra las ilusiones de Rafaelillo. El murciano le robó, como pudo, unos muletazos al natural y ni uno más. El cuarto fue oytro inválido, para redondear la pésima suerte de Rafaelillo que esta vez no pudo ligar dos muletazos seguidos. Eso se llama mala suerte sin remedio.
También salió el toro típico de este encaste Albaserrada, como el del lote de Tomás Sánchez, pero en plan alimañas. Lo que ocurre es que el torero estuvo muy firme con ambos ejemplares que median lo suyo, se quedaban debajo y rebañaban. Magnífico el torero en ambos, a los que llevó con temple en la muleta sin dudar ni un momento. Solo la espada en el quinto le privó de una puerta grande que se había ganado a pulso.
También salió el toro de temple y largo recorrido, concretamente el sexto, al que Alberto Aguilar plantó cara y lo toreó con temple por ambos pitones. El izquierdo era sensacional pero Aguilar se confió y eso ante un Albaserrada se paga caro. El toro lo prendió hiriéndole en el pié izquierdo.La entereza del muchacho y su muy seria faena le valieron la recompensa de una oreja con la que se ha cerrado esta edición fallera que deja muy poco bueno y mucha mediocridad.
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